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Alguien muy cercano me contaba una vez cómo a muchos intelectuales (o no tanto) se les llenaba la boca en los últimos años del franquismo con el socorrido "¡ah, si me dejaran...!"
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Despues se murió Franco, y resultó que, cuando les dejaron, tampoco tenían gran cosa que hacer ni que decir.
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Se habían convertido en suspiradores profesionales.
El suspiro no quita mucho tiempo; pero exige una actitud mental incompatible con el deseo de cambio.