Estamos Eva, Pedro y yo debajo de la cama, dibujando la 
revolución(?), por encargo del Gobierno entrante. Arrastrándonos por debajo de las camas, llegamos al metro de Sainz de Baranda, aunque sé que estoy en 
Barcelona, y al salir a cielo abierto nos sorprende el buen día que hace. Hay gente acampada en la boca de metro, 
con pancartas, y entre ellos está A. A., un antiguo compañero de clase. Nos 
saludamos y felicitamos mutuamente por formar parte de un momento 
histórico.
Buscan observadores internacionales para las elecciones 
generales en 
Cuba; exigen una permanencia de cuatro meses. Se justifica la iniciativa
 porque "en
 un lugar donde sale electo quien menos conviene a los poderes fácticos,
 saben mucho de democracia". Yo miro a mi hijo y me justifico: "es 
que tengo aquí cosas más importantes que hacer". Todo el mundo lo 
comprende, y no pasa nada: cada uno aporta en función de sus 
circunstancias. Siento mucha ilusión y un poco de vértigo por el futuro.
Me despierta un llanto, y la frase que pronuncio es tan automática como la respuesta que espero:-¿Le hago un biberón?
 




 
