martes, marzo 17, 2015

Una pistola fenómena

Tengo cuatro o cinco años y nunca salgo a la terraza, que es sombría, y cuando mi padre me lleva allí percibo en seguida el matiz cladestino de la situación. Anuncia que me va a enseñar a hacer una pistola con dos pinzas de la ropa mientras desarma una. Eso explica la clandestinidad: ¡las pinzas son de mamá, y las ha roto!
Hace falta, además una colilla, que es el proyectil. A mí me parece que esa pistola es un poco chusca, y tiene poco que ver con las de las películas, que son metálicas. Estoy bastante decepcionado, y seguramente mi padre lo percibe, porque la dispara para demostrar sus virtudes, vaya, justo cuando yo la iba a coger, con tan mala fortuna que me ha acertado en todo el ojo. Pica, escuece, y yo procuro matenerlo abierto porque si ignoro el dolor quizá desaparezca, pero es peor, no veo nada.
Mi padre está alarmado y me sopla en el ojo, creo que le preocupa que mamá venga y nos regañe. Siento la camaradería con mi padre que sólo la travesura común construye y estoy dispuesto a disimular el picor y no lloro, pero el ojo llora por su cuenta.
Además, si viene seguro que nos quita la pistola, y eso sí que sería una pena, porque al final papá tenía toda la razón: es una pistóla fenómena de verdad ¡capaz de dejarle a uno tuerto un buen rato si se descuida!