domingo, mayo 04, 2014

Heráclito en la playa

 
Ningún Yo está solo.
 Detrás de él hay una cadena incomensurable de aconteceres físicos y -como una clase especial de los mismos- ciertos sucesos intelectuales, a la que pertenece como miembro antagónico y que continúa.
Por la situación momentánea de su somatismo y en especial de su sistema cerebral y por la educación y la transmisión mediante la palabra, la escritura, el monumento, la costumbre, la forma de vivir, el entorno modificado...
 por todo eso que denominaremos con mil palabras y que con mil giros no agotaremos, el Yo no está encadenado al acontecer ancestral, no es su (esclusivamente su) producto, sino más bien, en el más estricto sentido de la palabra, lo mismo, su estricta continuación inmediata, como el Yo de los cincuenta años es la continuación del Yo de los cuarenta años.
Es bastante curioso que la filosofía occidental aceptara, casi de forma generalizada, la idea de que la muerte del individuo no significa el fin de nada esencial en la vida, mientras que por le contrario -con la excepción de Schopenhauer- apenas se dignara pensar en el más entrañable y feliz acontecimiento, que va de la mano del anterior: es decir que se cumpla lo mismo para el nacimiento individual, mediante el cual no soy antes creado sino que, en cierto modo, voy despertando lentamente de un profundo sueño.
Así me parece que mi angustia e inquietud, ambición y preocupación no son lo mismo que las de miles que vivieron antes que yo, y puedo creer que trancurridos miles de años todavía podrá cumplirse aquello que yo había implorado hace miles de años por vez primera.
Ninguna idea germina en mí, que no sea la continuación de la de un ancestro y por lo tanto no es un germen joven, sino el desarrollo predeterminado de un brote del vetusto y sagrado árbol de la vida.
Mi concepción del Mundo
Erwin Schrödinger
Superínfimos 12
Tusquets Editores
Barcelona 1988