Probablemente no llegaría a los tres años cuando descubrí que, al principio de muchos de los libros que llenaban las estanterías de casa, había una o dos hojas en blanco sin utilidad aparente. Como por entonces ya había descubierto el placer de pasear un bolígrafo por un papel, y dejar su trayecto dibujado para siempre, encontré en esas hojas un espacio idóneo para dejarme llevar por mis incipientes inquietudes artísticas.
Menuda bronca me cayó. Quedó muy claro el carácter sagrado que en casa se le atribuía a los libros: cada libro es valioso, porque es fuente de conocimento; destruir un libro es robarle a los demás la oportunidad de aprender; los libros no se doblan, no se mojan, no se manchan, no se escriben (bueno, si es flojito y con lápiz...); un libro que se deteriora por las repetidas lecturas acumula dignidad; el que estropea un libro, la pierde. Julio César, responsable, según se dice, del primer gran incendio de la Biblioteca de Alejandría, lo sabía. Por eso en sus memorias negaba su responsabilidad en el desastre. La vergüenza no exculpa del delito, pero delata al infractor.
La mayor parte de la primera edición de Calcuta de Las Mil y Una Noches (1814-1818) se perdió en un naufragio. Los pocos ejemplares superviventes han ido sucumbiendo a desafortunados incidentes, como el incendio de Bonn durante la II Guerra Mundial. En torno a abril del 2003 un incendio y varios saqueos producidos en la Biblioteca Nacional de Bagdad supusieron una pérdida irremplazable para la humanidad: textos de Omar Khayyam, Averroes o Avicena se perdieron para siempre. También algunas ediciones muy antiguas de Las Mil y Una Noches, entre otros muchos libros e incunables, fueron destruídos o sustraídos. En el contexto bélico en el está sumido la ciudad, era previsible. Lo más triste de todo es que, en Las Mil y Una Noches, a Bagadad se la denomina por el sobrenombre de Medinet Es Salam, la Ciudad de la Paz.
Ahora que saboreo la edición de Planeta de los sesenta, lamento con todo mi corazón que en casa de los responsables de ese desaguisado nadie les enseñara las cosas importantes. Una semana sin postre, o sin ver la tele, habría sido preferible a esto: seguramente esos libros, bajo su punto de vista, no son una gran pérdida.
En realidad, visto lo visto, lo más probable es que apenas sepan leer.
En realidad, visto lo visto, lo más probable es que apenas sepan leer.