viernes, junio 23, 2017

Una arruga en la barbilla o la llama eterna

 
[La «piedra de vetas»] era esta una piedra que decían durísima, pero porosa como una esponja, y que tenía el tamaño de un huevo y la forma de una almendra. [...] Bastaba ponerle una torcida y encender, para que diese una llama blanca como la leche, que duraba eternamente.
 El mendigo encendió un candil, y yo vi una llamita blanca, luminosa. Era la piedra de vetas. Entonces le conté cómo mi padre había codiciado siempre aquella piedra, y el mendigo, que era generoso, me la dio. Apenas pude dormir aquella noche, y a la mañana siguiente tomé el camino de vuelta. Llegué a mi casa gritando: «¡Padre, padre!»
Pero al entrar en el cuarto de mi padre vi que había muerto. Todos estaban alrededor de él, quietos y callados. Ni siquiera miraron cuando yo entré. Mi padre estaba tendido sobre una mesa, envuelto en una venda blanca y se le veía tan solo la cara. Tenía la boca abierta como un viejo pez y la luz de cuatro lámparas de aceite brillaba en la rendijita vidriosa de sus ojos entreabiertos.
No miré más, y me fui a llorar con la cara envuelta en una cortina morada que había en mi casa, que era la cortina donde lloraba siempre.
El maestro levantó la vista y miró el fuego que Alfanhuí había encendido para él. Luego continuó:
—Algunos días después de que lo hubieran enterrado escogí yo la lámpara más bonita que pude hallar y preparé un candil con la piedra de vetas para llevarlo al camposanto.
Mi padre dormía en una cueva, debajo de tierra, metido en una urna de cristal. Sin que nadie me viera entré allí y colgué la lámpara en la pared, a la cabecera. Luego la encendí con la que traía y miré el rostro de mi padre a la luz de la llamita blanca.
Industrias y Andanzas de Alfanhuí
Rafael Sánchez Ferlosio
Biblioteca Básica Salvat
Madrid 1970