Hace tanto que los barracones empezaron a derruirse que nadie recuerda cómo eran los techos, Lanzamos los pocos huesos que no podemos roer a los gatos, demasiado rápidos para nuestras fuerzas, porque queremos saber qué hemos comido. Algunos huesos son ignorados, porque los gatos tienen una especie de sexto sentido que les protege del canibalismo. Nosotros empezamos a maldecir el no tener ese sexto sentido cuando los gatos recuperaron el interés en las sobras de nuestras raciones.
He conseguido una habitación para mí solo, así que cada vez somos menos. Las ruinas están tan presentes que no consigo determinar los límites. Álvaro y Gonzalo, los dos hermanos, cantan con un mano en el hombro del otro. Están celebrando un cumpleaños. Felicito a Álvaro por la intensidad del momento, es un magnífico guión. De pronto me horroriza descubrir que es real, y que mi mente está fallando, pero aún más comprender en sus ojos que él mismo ha dudado por un momento.
Han conseguido un loro, y lo han puesto al fuego. Es ridículo pensar que habrá para todos. Nos dicen que vayamos saliendo del recinto, para ser trasladados al siguiente barracón, pero sabemos que ése es el último. Aún así son buenas noticias: me despierto antes de escuchar el primer disparo. Miro el reloj: son las tres menos cuarto.
Me pregunto de dónde he sacado una pesadilla tan lúgubre. ¿Ha sido el paseo por los sótanos de Tabacalera? ¿La mayor frecuencia con la que me he sorprendido al girar una esquina con alguien durmiendo en un banco, o en un soportal? Hubo un detalle en concreto ¿qué era?... Uno de ellos llevaba gafas. Eran un modelo moderno, de esos que pesan poco. No, quizá las últimas noticias sobre la amenaza de desabastecimiento de medicinas en Grecia. En realidad era aún más siniestra la garantía de nuestro gobierno de que en España no había peligro... La historia ha demostrado que la capacidad de los gobiernos para mentir es muy alta, pero la capacidad de los pueblos para mentirse a sí mismos es aún mayor.
En los momentos que siguen a las pesadillas a veces nos atenaza un miedo pueril que nos impide cerrar otra vez los ojos. Es el mismo miedo que precede a las pesadillas hechas realidad, y que impide a los pueblos abrir los ojos a tiempo.