sábado, febrero 22, 2014

Un mundo mejor

El 13 de mayo de 1981 entré en una mercería de Aluche de la mano de mi madre. Cuando ella pidió no recuerdo qué, la dependienta la ordenó callar: en ese mismo instante estaban dando la noticia en la radio de que habían disparado al papá de alguien en Roma, que era un lugar muy lejano donde hablaban otro idioma. Mi madre parecía tan impresionada como la mercera, y ambas permanecieron calladas mientras la voz de la radio explicaba los detalles con una voz monocorde que convertía su discurso en algo incomprensible para mis oídos de cuatro años.
Pero para mí fue muy tranquilizador descubrir que, en un mundo que yo ya empezaba a intuir violento y despiadado más allá de los límites de mi entorno cercano, había cosas vulnerables sólo excepcionalmente, cosas cuya destrucción escandalizaba a todos los seres humanos de cualquier país y dejaba a la gente callada y expectante junto a la radio. Era un mundo que entendía el valor sagrado de la paternidad. Es que es verdad, hombre: a un papá no se le dispara; ¿qué mundo sería éste si eso se tolerara?
Por eso el 13 de mayo de 1981, mientras millones de católicos rezaban por la vida de Juan Pablo II yo, por una pirueta etimológica, me sentí más seguro que nunca.