lunes, agosto 27, 2012

Imposibilidad de las fronteras

La superficie del agua no forma parte de ella, ni tampoco del aire... ¿Qué es, por tanto, eso que divide el agua del aire? Tiene que haber un límite común, que no es el aire ni el agua y que, sin embargo, no tiene sustancia...
Un tercer cuerpo interpuesto entre dos cuerpos evitaría su contacto, y aquí agua y aire están en contacto sin interposición de nada entre ellos. Por eso están juntos y el aire no puede moverse sin agua, ni el agua levantarse sin ser lanzada por el aire.
Por eso, una superficie es un límite común entre dos cuerpos, y no forma parte de ninguno. Si así fuera, tendría un volumen divisible. Pero dado que la superficie es divisible, la nada separa estos cuerpos el uno del otro.
Leonardo da Vinci
Cuaderno de Notas. Arte.
Edimat Libros S. A.
Arganda del Rey (Madrid) 2004

viernes, agosto 10, 2012

Planificación de viaje

No se puede estar mucho tiempo en Londres sin ir al zoológico. Hay gente que recorre el zoológico empezando por el principio, donde pone ENTRADA, y pasa a todo correr por delante de las jaulas hasta que llego al sitio donde pone SALIDA.
Pero la gente que más nos gusta es la que va directamente a ver a su animal favorito.
Historias de Winnie de Puh
A. A. Milne con ilustraciones de E. H. Shepard
El Club de Diógenes
Editorial Valdemar
Madrid 2006

miércoles, agosto 01, 2012

Máquinas

He ido a una tienda de libros de segunda mano, que no sólo los presta, sino que también los alquila. Veo una edición muy extraña de Linus, en tapa dura de color verde, de la Editorial Pastanaga. Sé que en sus páginas se anunciaba la máquina para conseguir la felicidad, pero cuando intento alquilar el ejemplar, ha desaparecido misteriosamente.
Sin embargo, alguien me conduce hasta la trastienda y allí, por fin, contemplo el legendario artefacto. Tres o cuatro personas más están presentes para presenciar el acontecimiento: fueron aparatos hechos con poco presupuesto, y mal cuidados, y puede que éste sea el último que aún funciona. Es muy grande, de unos tres metros de alto, verde y blanco, de un plástico de mala calidad amarilleado por el uso, como los juguetes de Fisher-Price de los setenta, y recuerda al vientre de una ballena. Nadie sabe qué va a pasar al apretar el único botón que posee, que brilla al encenderse una bombillita que guarda en su interior. Nos advierten de que quizá resulte decepcionante, porque se fabricó en tiempos en los que la felicidad era otra cosa.
Cuando aprietan el botón, hace un ruido parecido al de los hielos de las neveras que tienen surtidor de hielo, y se abren dos compuertas, por las que sale vapor frío. En una hay un papel mojado, en el que puede leerse que todo va a ir bien, y que no hay motivo para preocuparse. En el otro, ha aparecido una rodaja de sandía finísima y completamente congelada. Nadie está decepcionado.
Vuelvo a la semana siguiente, preguntándome qué habrá escrito esta vez en el papel, pero ha habido manifestaciones, y parece que se han complicado las cosas en el barrio, con fama de transgresor. No encuentro la tienda, hay antidisturbios por las calles, y los bares están cerrando. A la puerta de uno de ellos, suplico que me dejen entrar, porque me preocupa que me golpeen, y me sitúo al fondo del garito, de espaldas a la entrada, que observo por medio de un espejo. Todo el mundo hace lo mismo, nadie habla, nadie se mueve.
Entran tres antidisturbios, totalmente pertrechados. Es imposible verles la cara. Dos se quedan el puerta, y otro golpea sistemáticamente, un golpe en la espalda y otro en los muslos, a uno de cada tres clientes del bar. nadie se protege, ni lo evita, ni lo busca. Se asume como una injusticia inevitable. Hago cálculos. A mí me va a tocar, pero si me muevo sólo empeoraré las cosas.
Ya está delante de mí.
Me despierto. Faltan pocos minutos para las siete de la mañana.