Habían alcanzado el portón y lo abrió con gesto rotundo. Pero hasta la barbilla de Mario se puso pétrea cuando fue empujado levemente hacia el camino.
-Poeta y compañero -dijo decidido-. Usted me metió en este lío, y usted me saca. Usted me regaló sus libros, me enseñó a usar la lengua para algo más que pegar estampillas. Usted tiene la culpa de que yo me haya enamorado.
-¡No, señor! Una cosa es que yo te haya regalado un par de mis libros, y otra bien distinta es que te haya autorizado a plagiarlos. Además, le regalaste el poema que yo escribí para Matilde.
-¡La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa!
El Cartero de Neruda (Ardiente Paciencia)
Antonio Skármeta
Plaza & Janés
Barcelona