El sol entra por la ventana del cuarto de estar, en la casa de Aluche (así que seguramente no tendría más de cuatro o cinco años), con una intensidad cegadora. Mi padre está trabajando en la mesa, con una de esas calculadoras con rollito de papel. Cuando el papel lleno de números alcanza suficiente longitud, mi hermana y yo lo cortamos, lo enrollamos muy apretado y le damos dos vueltas con papel celo. Basta con extenderlo presionando por un lado y tirando por el otro para tener unas magníficas espadas con las que jugar. Mi madre entra en algún momento, anunciando la hora de comer. En el radiocasete suena "Una de Piratas", de Serrat.
Nadie sabe si la felicidad y la dulzura que emanan de los recuerdos de infancia tiene su origen en la ausencia de pasado de esa etapa de la vida, en la generosidad de opciones del futuro, o en la memoria selectiva.