viernes, noviembre 07, 2014

Hambre de ruiseñor

En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía “Macondo” y otro más grande en la calle central que decía “Dios existe”. En todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante.
(...) el padre  se recordaba apenas como el hombre moreno que había llegado a principios de abril y la madre se recordaba apenas como la mujer trigueña que usaba un anillo de oro en la mano izquierda, y (...) una fecha de nacimiento quedaba reducido al último martes en que cantó la alondra en el laurel.
Cien años de Soledad
Gabriel García Márquez
Edición Conmemorativa
Real Academia Española y
Asociación de Academias de la Lengua Española
Madrid 2007