Cuando terminé el dibujo de esta hembra de gorila, ella se dio la vuelta y se me quedó mirando. Yo no esperaba que tuviera interés en mí, y como parecía tranquila, pensé que me daría tiempo de hacer otro dibujo; se puede ver ese principio abajo a la derecha en la misma imagen.
Entonces se acercó muy despacio y apoyó su mano derecha en el cristal tan cerca de mí como le fue posible. Me miraba fijamente, pero con ese aire distraído que adoptan los primates cuando están haciendo algo importante. Yo sólo podía corresponder.
Abandoné el lápiz, y apoyé mi mano izquierda frente a la suya de manera que sólo el cristal impedía que las yemas de nuestros dedos se tocasen. Nos miramos durante cerca de un minuto sin movernos. Un minuto puede ser muchísimo tiempo. Sentía el peso de una gran responsabilidad; como si fuera embajador de mi especie. Comprenderán ustedes lo incómodo de la situación, teniendo en cuenta nuestra política hacia el resto del reino animal.
Entonces empezó a llegar gente, atraída por lo atípico de la escena. Agitaban mucho los brazos, y hacían mucho ruido, y nos señalaban. No parecían ir en manada, aunque desde luego caminaban cerca unos de otros y en la misma dirección. Más bien era como si se hubieran agrupado accidentalmente.