Esta es una entrada especial: de todos mis dibujos, estos son los más antiguos que aún conservo. Debía de tener unos cuatro o cinco años cuando los hice. Creo que por aquella época ya dibujaba continuamente.Dibujar siempre me ha hecho sentir bien. No me refiero a la satisfacción que sucede al trabajo terminado, y que no siempre se da, sino a lo que me sucede mientras estoy dibujando. Puedo dibujar en casi cualquier estado, excepto enfadado, lo que puede dar una pista de a qué sensación me refiero.
Pau Iriarte y Quim Fuster están rodando, contra el viento y la marea que todos sabemos, un interesantísimo documental que tiene como punto de partida un grupo de afectados de esquizofrenia que asisten a un taller de pintura, en el que ésta se revela como una herramienta para enfrentarse a su enfermedad.
El potencial terapéutico del dibujo y la pintura es, para mí, tan evidente, que está fuera de toda discusión; lo que sí me resulta incomprensible es por qué su práctica sigue siendo minoritaria en la edad adulta.
El potencial terapéutico del dibujo y la pintura es, para mí, tan evidente, que está fuera de toda discusión; lo que sí me resulta incomprensible es por qué su práctica sigue siendo minoritaria en la edad adulta.
He escuchado muchas veces a la gente suspirar por el deseo de poder disfrutar del dibujo, pero aunque he recomendado hasta la fecha a más de una veintena de personas un camino para el aprendizaje rápido, sencillo, cómodo, y de eficacia contrastada, no me consta que ninguna de esas personas haya dado siquiera el primer paso.
El aprendizaje del dibujo tiene, además, una ventaja sobre otras aficiones como, digamos, la neurocirugía, el paracaidismo, la lidia, o la caza mayor: por muy grandes que resulten los primeros fracasos, no suponen, realmente, una gran pérdida.
El aprendizaje del dibujo tiene, además, una ventaja sobre otras aficiones como, digamos, la neurocirugía, el paracaidismo, la lidia, o la caza mayor: por muy grandes que resulten los primeros fracasos, no suponen, realmente, una gran pérdida.