Muchos recordaréis el sueño que tuve una noche en Kathmandú, hace ahora algo más de un año. Aunque me desperté con la seguridad de que era algo más que un sueño, a estas alturas apenas alcanzaba la categoría de anécdota, y lo tenía bastante olvidado.
Y sin embargo, todo sucedió tal y como lo soñé.
Subimos en grupo por un Himalaya árido y pedregoso, sorprendentemente parecido al del sueño. Sufrí mal de altura al llegar, y dormí en tres lugares distintos:
El primero estaba entre unas stupas, detras de un muro.
El segundo fue un lugar en el que el suelo estaba cubierto por alfombras de colores oscuros.
El tercero era una habitación bastante cutre con desconchones en las paredes.
Conocí a dos personas cuando se cruzaron por casualidad cerca del muro, que habían tenido ciertas experiencias que habían cambiado su manera de ver las cosas. Escuché su historia porque, aunque no lo sabían, me la tenían que explicar.
Al contrario de los planes que se habían hecho, finalmente vino a recogernos al aeropuerto quien yo había soñado que nos vendría a buscar. Y en menos de 48 horas, Granada vino a casa casi sin avisar, lo que siempre es una buena noticia.
Algunas personas me han preguntado qué creo que significa. Yo no lo sé. No soy un adivino.
Otras me preguntan qué me dijeron los que se cruzaron cerca del muro. Creen que podrán desentrañar un misterio, o descubrir una verdad absoluta que nos ilumine a todos.
No hace falta más luz: para ver, sólo hay que abrir los ojos.
Y sin embargo, todo sucedió tal y como lo soñé.
Subimos en grupo por un Himalaya árido y pedregoso, sorprendentemente parecido al del sueño. Sufrí mal de altura al llegar, y dormí en tres lugares distintos:
El primero estaba entre unas stupas, detras de un muro.
El segundo fue un lugar en el que el suelo estaba cubierto por alfombras de colores oscuros.
El tercero era una habitación bastante cutre con desconchones en las paredes.
Conocí a dos personas cuando se cruzaron por casualidad cerca del muro, que habían tenido ciertas experiencias que habían cambiado su manera de ver las cosas. Escuché su historia porque, aunque no lo sabían, me la tenían que explicar.
Al contrario de los planes que se habían hecho, finalmente vino a recogernos al aeropuerto quien yo había soñado que nos vendría a buscar. Y en menos de 48 horas, Granada vino a casa casi sin avisar, lo que siempre es una buena noticia.
Algunas personas me han preguntado qué creo que significa. Yo no lo sé. No soy un adivino.
Otras me preguntan qué me dijeron los que se cruzaron cerca del muro. Creen que podrán desentrañar un misterio, o descubrir una verdad absoluta que nos ilumine a todos.
No hace falta más luz: para ver, sólo hay que abrir los ojos.