Acaban de pintar, o algo así, y encuentro un trozo del papel de estraza que se ha usado para envolver algo. Además tengo acceso al salón, que aún no tiene alfombra, y es una nueva zona de exploración, porque generalmente la puerta está cerrada. Creo que aún voy a gatas, y desde luego no hablo. Recuerdo ese extraño objeto de metal, cilíndrico, sobre la mesita baja. Tiene un óvalo grande, negro, en un lado, y si se aprieta fuerte, sale fuego. Sé que el fuego hace daño, pero no soy tonto, no acercaré el dedo, sino el papel. A ver qué pasa.
Oye, qué bonito, el fuego crece al contacto con el papel. En realidad, crece bastante, y se está acercando a mis dedos. Mal asunto. Si lo suelto quemaré la casa, si no lo suelto, me quemaré yo. Piensa algo, rápido. Ponlo hacia abajo, y se caerá. Sorprendente, el fuego trepa, y crece aún más. Claro, como no pesa, como los globos... ¡ouch!
Lo siguiente que recuerdo es la extraña sensación de la crema blanca en los deditos. Es verdad que calma el escozor, pero ni Sana Sana, Culito de Rana, ni gaitas. Sigue doliendo que no veas. ¿Cómo no voy a llorar?