miércoles, agosto 24, 2011

Regreso al Palacio de los Sueños


Voy conduciendo y la veo sentada sentada en una terraza. Lleva un vestido rojo cerrado en el cuello que la favorece, y parece mucho más joven que la última vez que la vi. Paro para saludarla y damos un paseo por el Cerro de los Perdigones. Me cuenta que está con alguien, y que se siente a gusto con él, pero que es "un poco tonto". Mientras lo dice, me lanza una mirada pícara que no comprendo, y de repente me siento irritado, y me voy. En ese momento surge unas situación de alarma ambigua. Alguien me pide que llame al 112, pero no lo consigo, llamo al 123. Bajamos rápidamente del cerro, y finalmente alguien consigue llamar, y nos vamos.
Despierto. Son las nueve y media. Me vuelvo a dormir.
Me ha llevado a una tetería típicamente albana (??) que conoce en la Avenida de Europa. El çay albanés tiene el aspecto de un chai indio. Llega un hombre de mediana edad y se presenta: "Hola, soy Kadaré, espero poder ayudaros." La miro a ella inquisitivamente -Pensé que te gustaría conocerle- me dice, y comprendo que estoy soñando. A su lado hay un hombre de unos cincuenta años, parecido a Rasputín, pero con la barba más corta. Parece muy seguro de sí mismo, pero se mantiene en un discreto segundo plano. Kadaré añade con satisfacción "En esta tetería escribí El Palacio de los Sueños."
Por allí hay un libro azul, que se puede empezar a leer por los dos lados, y puede descomponerse en dos libros distintos. Uno de ellos es de Dickens. Me lo ha regalado. Desde un balcón, una mujer, en espera de volver a ver a su hijo algún día gracias a ese reclamo, lanza bolas de helado a los niños que pasan y levantan sus boles.
No hay nada más que decir. Han subido arriba para hacer el equipaje.

No sé si subir a despedirme, pero finalmente no puedo resistir la tentación. No veo a nadie, pero en su habitación hay, sobre una cómoda, unas revistas con la palabra bondage escrita en rosa sobre fondo negro, que parecen de los 70. Me extraña, porque nunca la atribuí una extensa experiencia sexual, y recuerdo repentinamente que nunca la dije qué era eso tan singular que hacía al llegar al clímax. Entonces aparece por allí una amiga que les acompaña en el viaje, muy abrigada y con un gorro de punto púrpura, verde y blanco, con orejeras y borla.
-¿pero a dónde vais tan abrigados, en pleno mes de agosto?- la pregunto. Me despido cordialmente.
Me voy caminando avenida abajo, acompañado de otra gente distinta, y sin querer invadimos el carril bici. Casi nos atropella una chica muy rubia en una bicicleta roja, que nos increpa.
Ha nevado, y está anocheciendo.
Me despierto. Son las 10 de la mañana.