Como dice Michael Gibson (El Simbolismo, Taschen, Köln, 1999, 19-20 y 27), el sistema de símbolos de una cultura es indispensable para el bienestar de las personas y la cohesión y supervivencia de la sociedad.
Sólo este plano simbólico permite designar los valores que merecen su consideración, y solamente él permite a cada uno tener su propio sentimiento de identidad individual y sexual. La peculiaridad del símbolo consiste en significar lo que está ausente, en el "más allá" o "fuera de la tierra", lejos, en parajes remotos a los que no se puede llegar.
El símbolo hace sensible una idea, pero no la suplanta. Sin embargo, hay una relación entre forma e idea, y es probable que en la mayoría de las culturas la representación se convierta en indisociable del concepto, campo al que se accede ya únicamente a través del objeto físico y tangible.
En definitiva, el símbolo aporta una cualidad ignorada susceptible de volverse materia. Desde una perspectiva religiosa esa cualidad es desconocida (o inaprehensible) pues proviene de un orden sobrenatural que sólo mediante la mediación del objeto sagrado permite significar.
Lo sagrado, pues, viene a ser una categoría semántica que no debe confundirse con lo divino. Es, como gran parte del pensamiento religioso, una categoría de la cultura que se encuentra más allá del lenguaje, y que se alimenta de una reserva de valores implícitos que a los ojos de cada uno crean la jerarquía del mundo e indican al hombre cual es su posición en ella.
Popol Vuh
Relato Maya del Origen del Mundo y la Vida
Versión, traducción y notas de Miguel Rivera Dorado
Colección Paradigmas
Editorial Trotta
Madrid 2008