lunes, marzo 26, 2012

Proyectos

Prometen ser unas vacaciones fenómenas, porque aunque la casa que hemos alquilado se cae de vieja, está construida sobre el agua del canal, y los árboles que crecen por encima filtran la luz del sol. Hay una barra en el pasillo junto a la cocina, como en casa, pero haciendo ejercicio golpeo con la cabeza el techo sin querer, y se caen las vigas que lo sostienen. La verdad es que es una buena idea, porque ahora que ha caído también parte de la pared, el pasillo se llena de luz. Mi madre está disgustada, pero con ayuda de mis primos podemos aprovechar para mejorar la distribución, e incluso reconstruir la planta de arriba: la estructura metálica está intacta, y las cristaleras se pueden montar fácilmente. La casa de enfrente es de Pepe, que se ha ido unos días a Bruselas, y nos servirá de referencia.
En alguna parte de la casa se oye a un perro gemir. No es la perra grande y vieja de pelo hirsuto que hay en un rincón oscuro del baño. Algún otro perro se cruza en mi camino, pero en silencio. La verdad es que está toda la casa llena de canes. Finalmente, en el dormitorio de mis padres, debajo de la mesita del televisor (que, por cierto, no está) encuentro un cachorro de boxer, marrón y blanco. Está cojo de una pata trasera, y es una hembra. Lo cojo con cuidado, y me lo llevo a la cocina. Ya le han dado un biberón, pero como sigue llorando, vamos a darle un poco más. Aguamos la leche rosa, porque, al fin y al cabo, ya ha comido. Tiene tanta prisa por tomarlo que se le derrama la mitad. Regaño a mi padre por darle un trozo de pan porque, además, el trozo es mío, pero no es en serio, al cachorro le viene bien irse acostumbrando a los alimentos sólidos.
Mi madre está sentada a mi lado. Se queja de que en estas vacaciones no va a hacer otra cosa que cocinar y limpiar, y que la casa está hecha un desastre. La prometo que dedicaremos un día completo a ir al puerto a dibujar los barcos, y noto que ella me lo agradece. Entre el cachorro, los arreglos de la casa, y los dibujos del puerto, no tendré tiempo de bajar ni un día a la playa, pero no me importa: todo eso son cosas que me apetece hacer.
Me despierto. Son las ocho y media.  Comprendo enseguida que es un sueño que trata de dos personas que no aparecen en él en ningún momento de manera explícita. Pero seguro que se reconocen en la bebida rosa que se derrama, y el deseo de dibujar barcos en el puerto, respectivamente.