sábado, septiembre 07, 2013

Un pingüino oblicuo

El museo está silencioso y desierto. No creo que tenga más visitantes y, aunque estoy seguro de que mi presencia es lícita, las luces están apagadas y las salas en penumbra. Pero lo que de verdad le da un aire misterioso que le obliga a uno a hablar bajo, como si estuviera en un templo, es ese tono solemne de caoba en vitrinas y paredes. Mi madre me acompaña y sabe la ilusión que me hace ver por fin los famosos pingüinos gigantes extintos hace tanto tiempo, aunque sea disecados, o sólo el esqueleto que hay al fondo. No nos detenemos, en cambio, en el oso polar, que tiene huellas de peine. Está claro que el taxidermista hizo un pésimo trabajo en ese caso.
Me sorprende una vitrina en la segunda sala, que parece no encajar con el resto, en parte porque cuelga de un vértice, y rompe con el resto de líneas parelelas y perpendiculares de la habitación, pero sobre todo por lo que contiene. Es un pingüino marrón y lanudo, con sombrero y gabardina. Le explico a mi madre lo mucho que me recuerda a los pájaros de Jim Henson en "Cristal Oscuro" cuando 
ella se levanta de un salto: se ha quedado dormida, y llega tarde al trabajo. ¡Son ya las ocho y cuarto!