Antes, casi siempre había un cuadernito para apuntar junto a los teléfonos fijos. Los detectives sombreaban con un lápiz blando la hoja siguiente a la del dato crucial, porque sabían que los secretos se escriben con más intensidad que el resto de las notas.
Esos cuadernitos, sin embargo, acumulaban con el paso del tiempo, más que secretos latentes o visibles, misteriosos dibujos repetitivos, que según algunos revelaban la personalidad del aburrido usuario del teléfono. Cuadrículas, mandalas, muñequitos, el propio nombre, o bien otro más secreto, círculos o cubos salpicaban las páginas del cuadernito, y con frecuencia llegaban a arrinconar los teléfonos y direcciones para los que, en principio, habían sido concebidos.