lunes, junio 23, 2014

Brillo en los ojos de Linneo

 En Estética de lo Borde, Smash -parece ser que en la elaboración del manifiesto participaron además de Julio, Gualberto, Antonio y Manuel, el que por entonces hacía las veces de "mánager" del grupo, Gonzalo García Pelayo- dividía el mundo de la siguiente guisa:
El mundo se divide en:
1.1. Hombres de las praderas (Bob Dylan, Jimi Hendrix, Mick Jagger, etc.).
1.2. Hombres de las montañas (Manson, Hitler, etc.).
1.3. Hombres de las cuevas lúgubres (funcionarios).
1.4. Hombres de las cuevas suntuosas (presidentes de consejos de administración, grandes mercaderes).
Los hombres de las praderas son los únicos que están en el rrollo y que han salido del huevo. Sus carnets de identidad son sus caritas. Los hombres de las montañas se enrollan por el palo de la violencia y la marcha física. Los hombres de las cuevas lúgubres se enrollan por el palo del dogma y te suelen dar la vara chunga. Los hombres de las cuevas suntuosas se enrollan por el palo del dinero y del roneo.
Cuenta Díaz Velázquez en uno de los mejores enrrolles que se han hecho aquí sobre todo aquel movimiento de la música underground-progresiva (revista Cau, Barcelona) que cuando alguien preguntó a uno de los Smash si era un hombre de las praderas, le contestó "¿Qué pasa contigo tío? ¿Es que no brillan mis ojos?"
De Qué Va el Rrollo
Jesús Ordovás
Las Ediciones de la Piqueta
Madrid 1977

viernes, junio 06, 2014

Un traje para el emperador

Los reyes y las reinas visten las prendas solamente una vez, aunque estén cofeccionadas por un sastre o modisto real, y no conocen la comodidad de unas ropas con las que nos sentimos bien. Sus hombros no son mejores que los de los caballetes de madera donde se cuelgan las ropas recién lavadas.
 Cada día que pasa nuestras prendas se parecen más a nostros, y reciben la marca del carácter personal, hasta el punto de que retrasamos el momento de deshacernos de ellas, querríamos aplicarles el tratamiento médico y hasta cierto punto la solemnindad parecida a la que tenemos con nuestro cuerpo. Nunca un hombre perdió mi estima por tener un remiendo en sus ropas; sin embargo, estoy seguro de que, por lo general, existe mayor preocupación por llevar ropa a la moda, o por lo menos limpia y sin remiendos, que por vivir con la conciencia sosegada.
 Vestid a un espantapájaros con vuestro traje nuevo y deteneos desnudos a su lado, ¿quién no saludaría antes al espantapájaros? (...) También he oído hablar de un perro que ladraba a cualquier desconocido que se acercara vestido a la casa de su dueño, pero se mostraba tranquilo cuando aparecía un ladrón desnudo.
Sería interesante saber cuánto tiempo resistiría la jerarquía social de los hombres si fueran despojados de sus vestiduras.
Walden
Henry David Thoreau
Colección la Muchcha de Dos Cabezas
Errata Naturae Ediciones
Madrid 2013