sábado, enero 29, 2011

Quince minutos de felicidad

Como muchos de vosotros ya sabéis, hace algunos meses que participo en las sesiones de Dibujo Madrid, en la Tabacalera de Lavapiés. No creo que pueda resumir en un solo post lo mucho que, por diversas circunstancias, ha significado para mí este descubrimiento.
No había vuelto a dibujar en grupo desde que terminé la carrera, y muchas veces me he quejado de la amargura que produce vivir en solitario la pasión por el dibujo.
Cada vez que se dispara el pistoletazo de salida -¡Quince minutos!- se hace un silencio religioso, y puedo escuchar no menos de sesenta lápices y rotuladores de todo tipo a mi alrededor, derramando dibujos sobre el papel. Todos corremos juntos desde la meta hasta el principio mismo de nuestras miradas.
Al terminar me noto un comportamiento vagamente extraño, entre satisfecho y avergonzado, como si me hubiera despertado de un sueño, porque a estas alturas uno no se espera que la felicidad plena sea tan accesible y barata, que pueda durar tanto -¡quince minutos!-, y resulta difícil comprender que las calles y las plazas, los bares y los salones, los colegios y los hospitales, no estén plagados de dibujantes en comunión con el mundo que dibujan, en un silencio religioso interrumpido solamente por un grito ocasional:
¡Quince minutos!