No voy a olvidar nunca al tipo uniformado que me impidió entrar en el Taj Majal con las acuarelas al grito de "no colors inside". No había problema con los rotuladores: pero los colores no podían permitirse de ninguna de las maneras. No lo entendí hasta que no vi el monumento con mis propios ojos.
De pronto aquel tipo me pareció un sabio.
Tampoco llevaría nunca los colores a París, porque el París de mis sueños tampoco tiene colores: es el París que va desde la ocupación de la Segunda Guerra Mundial hasta Mayo del 68.
El París de Brigitte Bardot, Truffaut, Brassens, Sartre, Picasso, las pipas, Goscinny, Cartier Bresson, la Rayuela de Cortázar, las bufandas, los Humanoïdes Associés, incluso Godard cuando no se ponía pesado, que era casi siempre.
El París de la familia de clase media del pequeño Nicolás, sobre todo cuando cuando el pequeño Nicolás dejó de ser tan pequeño, y gritó que debajo del asfalto crecía la hierba, con ese contacto con la realidad que sólo mantienen los que piden lo imposible.
Amante de la madre, París, también quiso matar la autoridad paterna y reinventar el mundo. Pero como no supo dónde encontrar a su padre, éste es un Edipo que nunca reinó.
este año se cumplen 40 de aquel fracaso, pero excepto por la publicación de un par de sesudos libros para sociólogos, a nadie parece haberle importado mucho.
¿Qué pena, no?