lunes, noviembre 30, 2009

Fomento del dibujo en la telefonía fija


Antes, casi siempre había un cuadernito para apuntar junto a los teléfonos fijos. Los detectives sombreaban con un lápiz blando la hoja siguiente a la del dato crucial, porque sabían que los secretos se escriben con más intensidad que el resto de las notas.

Esos cuadernitos, sin embargo, acumulaban con el paso del tiempo, más que secretos latentes o visibles, misteriosos dibujos repetitivos, que según algunos revelaban la personalidad del aburrido usuario del teléfono. Cuadrículas, mandalas, muñequitos, el propio nombre, o bien otro más secreto, círculos o cubos salpicaban las páginas del cuadernito, y con frecuencia llegaban a arrinconar los teléfonos y direcciones para los que, en principio, habían sido concebidos.
Tantos ratos perdidos esperando con el teléfono en la mano... Si pudiera recuperar esos momentos para hacer con ellos lo que quisiera, cogería un cuadernito muy pequeño, y dibujaría sin pensar lo primero que se me ocurriera.
Y luego, sombrearía con lápiz blando la pagina siguente.

miércoles, noviembre 18, 2009

Lo prometido

El otro día me crucé en el espejo con un señor con bigote, y caí en la cuenta de que era el momento de rendir cuentas sobre aquella eterna promesa que escuchábamos de pequeños: lo entenderás cuando seas mayor.

Bueno, sigo sin entenderlo.
Y podéis dejar de disimular; ya sé que los demás tampoco.

lunes, noviembre 09, 2009

Historia de un dibujante

En una revista que circulaba por casa cuando yo era pequeño se daba un caso de extrema crueldad hacia un dibujante. A pesar de que las fotocopiadoras ya estaban inventadas, se le solicitaba la réplica exacta de un dibujo ya existente.
Estaba claro que aquel pobre señor se había esforzado al máximo; sin embargo, había cometido siete errores. Aunque la reproducción estaba realmente lograda, y sin duda servía para sus propósitos, parece ser que alguien arriba se lo había tomado a mal, y había decidido dar un buen escarmiento. Ambos dibujos fueron publicados, explicando lo sucedido, y se retaba al lector a encontrar esos errores, para escarnio del pobre dibujante. El episodio se repetía cada semana, y el dibujante, por orgullo o fatalidad, siempre cometía siete errores.
Lo cierto es que, a excepción de los siete inevitables errores, las reproducciones eran cada vez más y más conseguidas, hasta el punto de que, considerando que los dibujos eran definitivamente diferentes, era imposible decir en cual de ellos estaban los errores, y en cual los aciertos.

martes, noviembre 03, 2009

Analfabetos Vs. Bagdad

Probablemente no llegaría a los tres años cuando descubrí que, al principio de muchos de los libros que llenaban las estanterías de casa, había una o dos hojas en blanco sin utilidad aparente. Como por entonces ya había descubierto el placer de pasear un bolígrafo por un papel, y dejar su trayecto dibujado para siempre, encontré en esas hojas un espacio idóneo para dejarme llevar por mis incipientes inquietudes artísticas.
Menuda bronca me cayó. Quedó muy claro el carácter sagrado que en casa se le atribuía a los libros: cada libro es valioso, porque es fuente de conocimento; destruir un libro es robarle a los demás la oportunidad de aprender; los libros no se doblan, no se mojan, no se manchan, no se escriben (bueno, si es flojito y con lápiz...); un libro que se deteriora por las repetidas lecturas acumula dignidad; el que estropea un libro, la pierde. Julio César, responsable, según se dice, del primer gran incendio de la Biblioteca de Alejandría, lo sabía. Por eso en sus memorias negaba su responsabilidad en el desastre. La vergüenza no exculpa del delito, pero delata al infractor.
La mayor parte de la primera edición de Calcuta de Las Mil y Una Noches (1814-1818) se perdió en un naufragio. Los pocos ejemplares superviventes han ido sucumbiendo a desafortunados incidentes, como el incendio de Bonn durante la II Guerra Mundial. En torno a abril del 2003 un incendio y varios saqueos producidos en la Biblioteca Nacional de Bagdad supusieron una pérdida irremplazable para la humanidad: textos de Omar Khayyam, Averroes o Avicena se perdieron para siempre. También algunas ediciones muy antiguas de Las Mil y Una Noches, entre otros muchos libros e incunables, fueron destruídos o sustraídos. En el contexto bélico en el está sumido la ciudad, era previsible. Lo más triste de todo es que, en Las Mil y Una Noches, a Bagadad se la denomina por el sobrenombre de Medinet Es Salam, la Ciudad de la Paz.
Ahora que saboreo la edición de Planeta de los sesenta, lamento con todo mi corazón que en casa de los responsables de ese desaguisado nadie les enseñara las cosas importantes. Una semana sin postre, o sin ver la tele, habría sido preferible a esto: seguramente esos libros, bajo su punto de vista, no son una gran pérdida.
En realidad, visto lo visto, lo más probable es que apenas sepan leer.