33. ¿Por qué os sorprende, vilísimos meollos, o mejor dicho, borregos
forenses, o más exactamente, buitres con toga, por qué os sorprende
que los jueces de hoy, todos sin excepción, vendan a precio de oro sus
sentencias, cuando ya en los orígenes del mundo hubo corrupción por
favoritismo en un litigio entre dioses y mortales?
¡Y era la primera
sentencia, de un juez además puesto por Júpiter, con toda su sabiduría!
Pue sbien, el campesino, el pastor, por satisfacer un capricho amoroso,
vendió la justicia, aunque ello arrastrara la ruina de toda su estirpe.
Y, por Hércules, se repite el caso en otros juicios posteriores
celebrados entre los más ilustres capitanes aqueos: por ejemplo, cuando
falsas acusaciones hacen que se condene por delito de traición al sabio y
valeroso Palamedes; cuando, ante el gran Áyax, guerrero de sin igual
bravura, se da la palma del valor al mediocre Ulises.
Y ¿Cómo calificar
aquel juicio que emitieron ante los atenieneses sus agudos legisladores y
sus maestros en toda clase de ciencia? ¿No hubo un anciano con
doctrinas divinas, proclamado por el dios de Delfos como el más sabio de
los mortales, que sucumbe ante la intriga y envidia de una abominable
facción? Acusado de corromper a la juventud, cuando en realidad moderaba
sus impulsos, ¿no murió condenado a beber el jugo de una planta
venenosa?
Ello constituye para sus ciudadanos una mancha de eterna
ignominia, pues aun hoy en día hay eminentes filósofos que profesan su
sublime doctrina y juran por su nombre en inmeso afán de felicidad.
El asno de oro
Apuleyo
Editorial Gredos
Madrid 2010