martes, febrero 15, 2011

Pancoherencia y apateísmo

If you're listening to this song
You may think the chords are going wrong
But they're not
He just wrote it like that
When you're listening late at night
You may think the band are not quite right
But they are
They just play it like that

It doesn't really matter what chords I play
What words I say or time of day it is
As it's only a Northern song
It doesn't really matter what clothes I wear
Or how I fare or if my hair is brown
When it's only a Northern song

If you think the harmony
Is a little dark and out of key
You're correct
There's nobody there

And I told you there's no one there
Only A Northern Song
George Harrison
Yellow Submarine
The Beatles
Apple Records 1969

domingo, febrero 06, 2011

Necesidad y placer

La pintura tiene un lenguaje más complejo, más sofisticado, más dificultoso que el dibujo. Pero la rapidez con la que el dibujo te permite relatar, expresarte, es inestimable. Es como la palabra.
Yo me inicié en el dibujo porque lo necesitaba para ingresar en la escuela de Bellas Artes. Había gente que estaba deseando abandonarlo por la pintura. Yo no. Yo siempre dibujaré porque me gusta la transcripción del mundo real a la simplicidad de ese lenguaje.

Porque siempre he tenido esa necesidad y ese placer.

Antonio López
Mis secretos en blanco y negro.
Entrevista por Gloria Otero
XLsemanal
Suplemento ABC nº 1214
30 de enero a 5 de febrero de 2011

sábado, enero 29, 2011

Quince minutos de felicidad

Como muchos de vosotros ya sabéis, hace algunos meses que participo en las sesiones de Dibujo Madrid, en la Tabacalera de Lavapiés. No creo que pueda resumir en un solo post lo mucho que, por diversas circunstancias, ha significado para mí este descubrimiento.
No había vuelto a dibujar en grupo desde que terminé la carrera, y muchas veces me he quejado de la amargura que produce vivir en solitario la pasión por el dibujo.
Cada vez que se dispara el pistoletazo de salida -¡Quince minutos!- se hace un silencio religioso, y puedo escuchar no menos de sesenta lápices y rotuladores de todo tipo a mi alrededor, derramando dibujos sobre el papel. Todos corremos juntos desde la meta hasta el principio mismo de nuestras miradas.
Al terminar me noto un comportamiento vagamente extraño, entre satisfecho y avergonzado, como si me hubiera despertado de un sueño, porque a estas alturas uno no se espera que la felicidad plena sea tan accesible y barata, que pueda durar tanto -¡quince minutos!-, y resulta difícil comprender que las calles y las plazas, los bares y los salones, los colegios y los hospitales, no estén plagados de dibujantes en comunión con el mundo que dibujan, en un silencio religioso interrumpido solamente por un grito ocasional:
¡Quince minutos!

lunes, enero 17, 2011

Discreción y reinvención

 -Señor -dijo sir Lanzarote-, mi nombre es Le Chevalier Mal Fet, que quiere decir el caballero que ha obrado mal.
 -Señor -dijo sir Cástor-, bien puede ser así, pero siempre pensé que vuestro nombre era sir Lanzarote del Lago, pues yo os he visto antes de ahora.
 -Señor -dijo Lanzarote-, no sois gentil caballero. En caso de que mi nombre fuese sir Lanzarote, y quisierano descubrirlo, ¿en qué os agraviaría guardar mi decisión, y no dañarme con ello? Pero sabe bien que si alguna vez está en mi poder agraviaros, os prometo hacerlo verdaderamente.
La muerte de Arturo
V. II
Sir Thomas Mallory
Ediciones Siruela
Madrid 2005

sábado, enero 01, 2011

Feliz 2011 para papalagis

(...) Cuando en una ciudad europea ha pasado una cierta parte del tiempo, estalla en un espantoso y clamoroso estrépito.
Cuando este ruido del tiempo suena, los Papalagi se lamentan: "¡Terrible, otra hora esfumada!". Y entonces, como una norma, ponen un rostro sombrío como alguien que tiene que vivir una gran tragedia. Asombroso, pues inmediatamente después empieza una nueva hora.
(...) Creo que el tiempo resbala de sus manos como una serpiente deslizándose de una mano húmeda, tan sólo porque siempre trata de agarrarse a él. No dejará que el tiempo venga a él, sino que correrá tras él con las manos extendidas. No se permitirá malgastar el tiempo tumbándose al sol. Siempre quieren mantenerlo en sus brazos, darle y dedicarle canciones e historias.
Pero el tiempo es tranquilidad y paz amorosa, amar, descansar, y tenderse en una estera, imperturbable. Los Papalagi no han entendido al tiempo, y por consiguiente lo han maltratado con sus bárbaras prácticas.



¡Oh mis hermanos amados! Nosotros nunca nos hemos lamentado sobre el tiempo, lo hemos amado del modo en que era, nunca lo hemos perseguido o cortado en rebanadas. Nunca nos da preocupación o pesadumbre. Si hay alguno entre vosotros que no tiene tiempo ¡Dejadle que hable!

(...) Nosotros debemos liberar al engañado Papalagi de sus desilusiones y devolverle el tiempo. Cojamos sus pequeñas y redondas máquinas del tiempo, aplastémoslas y digámosles que hay más tiempo entre el amanecer y el ocaso del que un hombre ordinario puede gastar.
Los Papalagi
Los Célebres Discursos de un jefe samoano
Tuavii de Tiavea
Reunidos por Erich Scheurmann
Pastanaga  Editors e Integral Edicions, S.C.
Barcelona 1983

viernes, diciembre 17, 2010

Heidi ya no me importa

Estoy tumbado en la alfombra verde que treinta años después estaría en el salón de mi propia casa. Miro los cómics de la serie japonesa de Heidi, porque aún no sé leer. Me gustan porque salen cabritas, y un perro muy grande, y en un capítulo hasta aparecen osos. Entonces mi madre entra en el cuarto de estar, me mira y dice:
- Anda, si cuando ponían esa serie tú aún no habías nacido.

De pronto me pongo muy triste, porque no es culpa mía haber nacido tan tarde, yo quería haberla visto, y me la perdí, y seguro que había un montón de gente que ya había nacido cuando la ponían, y no la veían, y yo, que la habría visto, no pude porque no estaba allí. Y me echo a llorar, pero no es como cuando te caes y te duele, que sabes que se te pasará, esta vez es algo que no tiene remedio, porque el nacimiento no es algo que pueda cambiarse.

Mi madre me coge en brazos e intenta consolarme, pero se ríe, y está claro que no tiene ni idea de lo que me pasa. Cree que es una tontería, cosas de niños, pero no es verdad.  En realidad, ahora  que tengo noticia de muchas más cosas que me he perdido, la de Heidi es casi la que menos me importa.

jueves, diciembre 09, 2010

Un sitio de poder

Me miró largo rato y rió. Dijo que aprender por medio de la conversación era no sólo un desperdicio sino una estupidez, porque el aprender era la tarea más difícil que un hombre podía echarse encima.
Me pidió recordar la vez que traté de hallar mi sitio, y cómo quería yo encontrarlo sin trabajo porque esperaba que él me diese toda la información. Si lo hubiera hecho, dijo, yo jamás habría aprendido. Pero el saber cuán difícil era hallar mi sitio, y sobre todo el saber que existía, me darían el peculiar sentido de confianza.
Dijo que mientras yo permaneciese enclavado en mi  "sitio bueno" nada podría causarme daño corporal, porque yo tenía la seguridad de que en ese sitio específico me hallaba lo mejor posible. Tenía el poder de rechazar cuanto pudiera serme dañino.
Pero si él me hubiese dicho dónde estaba este sitio, yo jamás habría tenido la confianza necesaria para para considerar esto como verdadero saber. Así, saber era ciertamente poder.
Las enseñanzas de Don Juan
Carlos Castaneda
Selección Popular
Fondo de Cultura Económica
Madrid 1979

martes, noviembre 30, 2010

el peso de la memoria

La fiesta de cumpleaños de mi hermana fue probablemente concebida para concentrar todas las molestias de los cumpleaños en una sola ocasión, así que se hizo a lo grande: tartas, globos, regalos, juegos y una multitud de niños inédita en casa. Cada niño escogía un globo, que dentro llevaba un papel con un número escrito. A cada número le correspondía un regalo. La variedad de regalos disponibles era enorme: desde una armónica, hasta una goma de borrar.
A mí me tocó la armónica. El problema era que ya tenía una. ¿Para qué quería yo dos armónicas? Naturalmente, protesté. Mi padre propuso que se lo cambiara a cualquiera que estuviera de acuerdo con el trueque y explicó brevemente la situación en voz alta. Un montón de manos de niños me rodearon. Cada una sostenía un objeto. Mi hermana me decía "Víctor, coge la baraja de Spiderman, para que juguemos los dos", pero había un lápiz amarillo y negro, nuevecito, con la punta tan afilada...
 Mi hermana se enfadó bastante, y yo me pasé el resto de la fiesta tirado entre los pies de los demás, haciendo garabatos en los sobres de los números. Lo decepcionante fue que la punta del lápiz no duró afilada mucho tiempo.
Unos veinticinco años después, dispuesto a liberarme de la culpa, le regalé a mi hermana una baraja de Spiderman. Me costó un huevo encontrarla. Y mi hermana desenvolvió el regalo, y con cara de sorpresa me preguntó:
-¿Y esto?
¿Cómo iba yo a saber que la culpa había prescrito?